lunes, 15 de febrero de 2016

San Cuentín | Cupido y la ondina

2 comentarios
 ¿Qué se cuece por aquí, mis pobres abandonados? Os he abandonado solo un poquito. Espero que no os haya importado mucho. Pero aquí estoy, un día como este, en el último momento, como se suelen hacer las grandes ideas. La verdad es que tenía ganas de escribir un cuentillo de los míos, tal como la historia de Urano y Neptuno, que sé que os gustó. Y como hoy es un día clave de calendario, pues os lo traigo pelado y mondado.

 Es un cuento sobre San Valentín (hay quiénes les llaman San Solterín o incluso San Calentín. Éste último me hace mucha gracia), pero no una historia cualquiera.



 Nos remontamos entre el amor de Venus y Marte. Dos grandes dioses. Venus; diosa del amor, la belleza y la fertilidad, y Marte; dios de la guerra. Aunque fuesen, de una forma u otra, polos opuestos, surgió un amor. Quizá no del todo pleno o romántico, pero sí dio lugar a Cupido.

 Le llamaron Cupido, cuyo significado fue 'Deseo'.

 Cupido no fue un niño deseado, formando esta antítesis. Júpiter temía su poder en el universo con el paso del tiempo, así que pretendía acabar con él; fulminarle antes de que pudiese ocurrir una catástrofe. Aun así, el Destino permitió que Cupido pudiese vivir.

 Él, en el bosque en el que creció, se fabricó un arco de madera de fresno, y unas flechas de ciprés. Ya dominaba este arte cuando, Venus, su madre, le proporcionó un arco y flechas diferentes a las suyas. Éstas flechas no eran comunes, pues dos de estas eran de oro, y las otras dos de plata. Venus le contó que, las flechas de punta de oro concedían el amor, mientras que las flechas de punta de plata, concederían el olvido.

 Así pues, Cupido emprendió su viaje. Sin saber qué rumbo seguiría ni qué peligros podía encontrarse, pero heredó de Marte esa astucia y poder ante las batallas que le hacía ir más seguro.

 Un día, en el bosque, encontró una charca. Allí pudo observar ninfas danzando alrededor de ésta, la cual estaba rodeada de muchas rosas blancas, las cuales iban a juego con los vestidos y cabellos de las ninfas. Cupido, inocente pero precavido, decidió quedarse al margen de ellas, escondido detrás de unos arbustos.

 Al cabo de unos segundos, pudo observar cómo emergía de la charca una mujer. Esta mujer causó gran extrañeza en Cupido, pues tenía la piel de un azulado claro, aunque se podían notar rasgos del más puro color carne. Cupido la observó fijamente mientras se posaba en el filo de la charca y las ninfas comenzaban a danzar de una forma más agresiva.

 Durante un mes visitó esta charca todas las medianoches, pues pudo comprobar que, a estas horas, la charca estaba protegida únicamente por dos de éstas ninfas, como si éstas se turnaran cada semana para cuidar que, la semi-humana, u ondina (ser mitológico al que Cupido la relacionó) no escapara de la charca.

 Al siguiente día decidió ir por la mañana. Había visitado la charca por la tarde y por la noche, pero nunca a tales horas, así que pensó que podría descubrir algún dato más sobre semejante muchacha.
 Ya había amanecido cuando Cupido llegó.
 Entonces, algo le sorprendió completamente. Encontró allí a la Madre Naturaleza, conversando con la desconocida. Parecía hablarle en un tono adecuado y agradable, pero entonces, de uno de sus bolsillos encontrados en su capa, sacó un puñado de polvos mágicos, los cuales hicieron que la charca se volviera de un flamante color morado. La ondina salió de la charca. Su piel era más azul que nunca.

 Ante esta presencia, Cupido huyó. Estaba confuso a la vez que prendado de aquella mujer. No podía aguantar un segundo más el verla así. No lo comprendía.
 Este fue el último día del mes.

 La próxima semana y seis días después de este suceso, los utilizó para idear un plan. Decidió utilizar el arco y las flechas que le fueron proporcionadas por su madre, Venus.

 En la noche, cumpliendo dos semanas entonces, fue a la charca. Observó a las dos ninfas que hacían la guardia de aquella noche y, con mucho cuidado de no estropear la ocasión, lanzó sus flechas de puntas doradas contra las ninfas.

 Éstas cayeron abatidas, como si de un somnífero se tratase. Cupido seguía esperando detrás de la charca, pues sabía que algo tendría que ocurrir. Las ninfas despertaron y quedaron prendadas entre ellas. Al cabo de unos minutos, desaparecieron entre la inmensidad del bosque.

 Cupido entró entonces en acción, llegando hacia la charca. Se asomó para encontrar a quien buscaba, pero no ocurrió nada. Mientras seguía llamándola de una manera no tan sonora para no ser descubierto por Madre Naturaleza, observó las rosas blancas.
 Decidió meter la mano dentro de la charca.
 Al hacer aquello, la ondina estrechó su mano, y emergió. Se miraron firmemente a los ojos.

 La mujer tuvo entonces fuerzas suficientes para salir de la charca. En cuanto sus pies hubiesen pisado la hierba, pasó a ser humana; mortal, como si la charca estuviese maldita.
 Cupido, como de insensato no tenía ni un pelo, durante estos último días había traído hacia la charca una gran roca. Esta roca serviría para tirarla en la charca y engañar a las ninfas para que creyesen que la ondina se encontraba en el fondo de ésta.
 Después de preparar la huida, huyeron Cupido y la ondina. Su piel era muy clara, y su pelo pasó de ser un rubio platino a un moreno azabache. Fueron a la ciudad cuando ya salió el sol, donde la mujer pudo encontrarse con su familia y decirles que se encontraba bien. Además, también pasó con Cupido el día en un valle lleno de flores.

 Entonces, llegó la noche. La mujer contó a Cupido que estaba maldita, pues, un día que fue al bosque, encontró a las ninfas que allí habitaban, y Madre Naturaleza la maldijo con estar presa en aquel lugar. Cupido, como hijo de dioses, le explicó que no podría huir de este castigo, pues podría ser incluso peor si Madre Naturaleza descubriese esto. O peor todavía si Júpiter viese aquello.

 La ondina y Cupido volvieron a la charca antes de la medianoche. Allí encontraron otra vez a las dos ninfas de la noche anterior, las cuales seguían enamoradas, como si nada pudiera romper ese amor. Cupido, desde el escondite en el que se escondían antes de poder mover ficha, disparó las flechas de punta plateada a las dos ninfas, las cuales volvieron a caer desmayadas. Esta vez, no despertarían hasta la mañana, pues el olvido es mucho más largo que el amor.

 Los enamorados llegaron a la charca, y antes de que la ondina desapareciera en la profundidad de la charca, Cupido la agarró del brazo, acercándola a sí y besándola.

 Ante esta demostración de amor, el bosque comenzó a tambalearse, las nubes tornaron moradas y el cielo gris. De repente, Madre Naturaleza fue invocada como si del cielo hubiese aparecido. Su capa negra se mecía con la tormenta que comenzaba a arreciar.

 ¿Quién osa incumplir mis órdenes? Dijo Madre Naturaleza.

 Cupido no supo qué responder ante esta situación, pero podía temerse lo peor.

 ¿Es que creéis que puedo aceptar amor para esta maldita? ¡Jamás! Y ahora, el amor tampoco existirá para ti, maldito. Señaló hacia Cupido con un dedo. Cupido y la ondina solo supieron abrazarse y pronunciarse unas tibias palabras de amor que Madre Naturaleza no llegó a oír por su furia. Si quieres amor, deberás derramar gotas de tu sangre ante esta mortal, y nunca podrás hacerlo, pues tienes prohibido acercarte aunque sea a rozar el agua de la charca. Concluso Madre Naturaleza con una risa malévola.

 Después de este suceso, Cupido solo pudo ver el sol claro de la mañana. Había olvidado cómo había llegado ahí o qué había ocurrido después de la maldición de Madre Naturaleza sobre él.

 Cupido se puso en pie y comenzó a caminar en busca de la charca, pero algo se interpuso a él. Se encontraba atrapado por una cúpula invisible. Ya sabía de quién se trataba. Júpiter.

 Entonces, Cupido fue maldito, además de por Madre Naturaleza, por Júpiter, pero esta vez estaba maldito a ser solo libre el 14 de Febrero, la cual fue la noche que Cupido sacó a la ondina de la charca. Ese día, podría salir de allí, pero según la maldición de Madre Naturaleza, tendría que derramar su sangre para demostrar amor a la ondina.
 Cupido, testarudo, volvió a idear un plan para el próximo 14 de Febrero del año siguiente, y fue derramar un poco de su sangre en una rosa blanca, la cual fuese enviada por Hermes -dios mensajero- a su amada; la ondina de la charca.

 Desde entonces, se manda una rosa roja al enamorado; para demostrar que, ante cualquier dificultad, el amor estará siempre presente. El amor y la pasión.

 ¿Crees que algún día Cupido y la ondina
  podrán volver a verse? 
 Es el amor prohibido que protege
 a todos los amores prohibidos.




 ¿Os ha gustado el cuento? Sé que llego tarde para San Valentín, pero esto es San Cuentín, y no tiene reglas.
 Si te ha gustado esta historia, puedes mandársela a la persona en la cual has estado pensado mientras la leías. Como si no os leyese la mente a cada uno de vosotros, ¿eh?

 Espero que os haya gustado tanto como yo me he exprimido las neuronas para hacer que tuviese coherencia, y también espero volver antes, que he estado verdaderamente ocupada y no me gusta dejaros solos tanto tiempo.

 Hasta la próxima, Cupidos.
 -Marilen (y la tilde invisible en la e).

 Marilenendless@gmail.com

2 comentarios :

  1. Hola cariño, yo también he estado ocupada, mucho es que conseguí sacar tiempo para mi blog y mi vida social. Que me ha encantado el cuento, yo soy más de tulipanes, que simbolizan el amor eterno, pero esta historia me ha gustado tanto que no creo que ponga mala cara si algún día me regalan una rosa roja.

    Siento decir que a mi parece nos conocerme tanto, pues no he pensado en nadie mientras leía esto, Cupido se ha enfadado conmigo y me ha lanzado una flecha del olvido, haciendo que el amor que sentía por quien pensaba que era el chico de mi vida, se viera insignificante al lado de mis deseos de amarme a mi misma, ya que no lo hacía. Cupido me odia... Quizá porque yo siempre defendí a la Madre naturaleza y ahora me tenga un poco de rencor.

    No nos abandones tanto. :) Un beso enorme y me despido con una...
    ¡DOBLE RACIÓN DE PURPURINA!

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    1. Cupido no se olvida nunca de nadie, pequeña. Al igual que Cupido sólo sabe amar. El amor es tristemente complicado, y eso está en manos del destino. No tienes por qué preocuparte por esas cosas. Todavía eres una jovenzuela.

      Sonríeme y sonríenos con tus dobles raciones de Purpurina, querida.

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