lunes, 18 de enero de 2016

Musa

2 comentarios
 Qué valentía tengo al aparecer después de tanto tiempo, ¿verdad? Ya pensaba que iban a venir lectores a tirar piedras inintencionadamente afiladas a mi ventana, pero no. Peroné. Así que, antes de que pongáis en práctica esta flamante idea que deseo desde aquí que no lleguen a manos descuidadas, traigo una nueva entrada. Sí. Una opinión que me saltó así a las puntas del flequillo y la cual me hizo sentir que era idónea para la primera entrada de año.

 Musas.
 ¿Qué es una musa?
 Desde los principios del arte -por poner un claro ejemplo-, nuestros pequeños y amados artistas han sido tirantes y dependientes de una identidad a la cual han dedicado cada uno de sus propósitos artísticos. Y no estaban locos. Algunos sí. Pero no todos.
 Desde los principios de esta característica ya conocida, fuera de la propia experiencia, todos los espectadores han deducido que una musa es igual a una persona amada.

 Y aquí, señores, comienza la faena.

 "¿Qué es una musa, Marilen?", estaréis preguntando algunos. 
 Y yo os responderé con lo más complejo para concluir con lo más simple.

 Tiene una forma realmente abstracta. A veces círculos, a veces cuadrados, a veces rombos. A veces una tal suma mezcla imposible de comprenderse lo más mínimo. 
 Esta forma tiene un olor, pero no un olor específico. Huele a colores. Azul, verde, rojo, amarillo... Cian, ámbar, ceniza, mostaza... 
 Nuestra, por ahora masa sin forma y sin olor específico, se mueve. ¡Está vivo! Vaga de acá para allá, dejando en su rastro un camino de mismísimas flores de todos los tamaños y de diferentes brillos. Ellos también vivos.

 Supongo que no te extrañaría que esta musa hablase, cantase o riese. Y eso solamente te hace más feliz.

 Conocer quién será tu musa no es fácil.

 Primero se cuelan sus ojos por los tuyos. (Su mirada ha podido leer cada esquina de ti, incluso detrás de tus orejas). Luego separa lentamente la comisura de sus labios, y te vas adentrando dentro de su boca. Te pierdes en el mar del gusto; donde te encuentras la mar de a gusto. Dudas de si acabas de entrar en un planeta deshabitado, orbitando en el Nunca Jamás, o si acabas de encontrar la Atlantis perdida.

 Comienzas a sentir confusión.

 Cada vez que mueve una parte de su cuerpo, aunque sea simplemente su brazo hacia el octavo de los cielos para despedirse, es increíblemente sublime. Sublime. No hay otra palabra que describa mejor cada rasgo de una musa. 

 Entonces comienzas a perderte. Entonces quieres fusionar su arte con la simpleza de un pincel. Quieres -deseas-, que esa belleza tan interior sea tu arma definitiva, la que acabe con todos los males que te atragantan, que hacen que sepas que no aguantas más; que estás a punto de llegar a tus topes más lejanos.

 Y sueltas lo que llevas. Deslizas tus pensamientos como semicorcheas por un pentagrama de doce por ocho. Sientes que no puedes parar hasta plasmar qué sientes, qué opinas, qué obstruye tu paso, y hasta que no lo consigues no estás satisfecho. Dibujas trazos sin ningún tipo de conexión, porque no conectan con tu arte; conectan con tu musa, con su arte. Te centras en cómo se riza su pelo en invierno y en cómo caen frágiles gotas de sudor desde el inicio de sus cabellos en pleno verano. Piensas en cómo chocan sus pestañas, que incluso pueden llegar a emitir un tintineo, que te llama a salir corriendo a por tu musa o para huir y ponerte a salvo de sus encantos. Adoras cómo camina, cómo se distrae, cómo respira. Adoras incluso cómo escucha sonidos que nadie más puede escuchar en plena naturaleza. Adoras, no odias, adoras antes que cualquier otra acción en este vasto universo.

 Mueres. 

 Después de segundos admirando tu pieza, sabes que ya no hay más y que a la vez quedan millones de trazos. Porque eso es lo que te hace sentir tu musa.

 Te das cuenta de que no estás amando. De que no estás siquiera queriendo. Te das cuenta de que estás admirando. Y ya te has perdido.

 Entonces se va. Las musas no son para siempre, querido ingenuo. 

 Ya no cantas para ella, ni escribes para ella, ni dibujas para ella. Ni para ella, ni para nadie.
 Cayó tu mayor fuente de ayuda; de arte. Te crees Troya. Y eso que ni siquiera has sido atacado.

 Ahora que has perdido tu mayor predisposición a sentir, ¿qué sientes? Una musa es una musa. No tienes que temer a nada. Sigues respirando, riendo, soñando... pero te falta algo.

 Eso.
 Eso que estás sintiendo.
 Oh, querido.
 Eso que estás sintiendo es el espacio que ocuparía tu musa.

 Para los artistas; vida.
 Para los mortales; amor.

 Y es por eso que cada uno de los poetas tuvo una musa, cada uno de los músicos tuvo una musa, cada uno de los dibujantes tuvo una musa, y muchísimos más.

 Una musa es eso a lo que llamas o llamarás amor de tu vida, hablándote en cristiano (si tal vez prefieres, en ateo).

 Pero claro, los artistas son todos unos melodramáticos y usamos la palabra "musa".

 Cuando la encuentres lo sabrás.



 Y ya no hay más. Esto ha sido mi opinión/desahogo personal que abre este nuevo año repleto de aventurillas y entradas. ¿Qué es para vosotros una musa? Podéis mostrarme vuestra visión o idea. Sería un placer.
 Y no os dejaré más tiempo solos, que sé que os ha dolido en lo más profundo de vuestra alma lectora. La siguiente vez; más y mejor.

 (Esta entrada me recuerda a mi grupo favorito: Muse. Un grupo recomendable hasta los topes).

 Hasta la próxima, musas.
 -Marilen (y la tilde invisible en la e).

Marilenendless@gmail.com

2 comentarios :

  1. Gran entrada, me he sentido muy identificado. Es cierto, las musas no duran toda la via pero mientras duran son pura admiración.

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    1. Exactamente, joven padawan. Y muchas gracias por escribir por primera vez un comentario en este blog. Se agradece muchísimo \o/

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